Por: Javiera Victoria Navarro Romero
El Burlador de Sevilla y convidado
de piedra es una obra de teatro publicada aproximadamente en
1630, atribuida tradicionalmente a Tirso de Molina, seudónimo del fray Gabriel
Téllez, quien destacó como dramaturgo, poeta y narrador español durante la
época barroca. Se considera que esta obra es la primera en recoger el mito de
Don Juan, aunque podemos encontrar un antecedente inmediato, una obra
representada por la compañía de Jerónimo Sánchez en Córdoba en 1617, que tiene
por título Tan largo me lo fiais, una
de las frases más solemnes de este famosísimo personaje y que hace pensar que
es la misma obra. La diferencia entre la fecha de publicación y la de
representación, posiblemente se deba a que las obras de teatro solían ser
actuadas primero como ‘prueba’, para ver si serían un éxito o un fracaso, y
dependiendo de la aceptación y crítica del público, es que se realizaba su
versión escrita. El Burlador de Sevilla
no sería la primera obra en la que ocurriría esto, así igual fue con Romeo y
Julieta, por ejemplo.
En el presente trabajo, expondré por
qué Don Juan se convirtió en un arquetipo universal, como producto del
imaginario colectivo de la humanidad, de acuerdo a la teoría del imaginario de
Jung y Durand.
El autor de El Burlador de Sevilla fue un hombre de origen humilde que vivió su
vida con pocos sobresaltos y estridencias. Ingresó muy joven en el convento
madrileño de la Merced, para profesar un año después en el de Guadalajara.
Desde este momento, su vida irá ligada a los designios de sus superiores, cuyos
dictados Tirso cumplió siempre.
En este período los presupuestos esenciales
de la cultura española más representativos, según dice Ugalde (1990), son el
libre albedrío, la razón, la existencia de Dios, su Providencia y la
inmortalidad del alma, aunque no se haga siempre su debido énfasis en esto.
Así, podemos decir que Tirso de Molina fue un autor comprometido con el
Barroco, pues sus obras aspiraban no solo a entretener, sino a cumplir una
función moralizadora, pues para el fray debe haber sido insensato que alguien
perseverase en el mal arriesgando absurdamente su salvación eterna. Su único
conflicto en su vida, quizás, fue la malinterpretación de su humor sagaz por
parte de la Junta de Reformación de las costumbres que en 1625 lo atacó por dedicarse a escribir «comedias
profanas y de malos incentivos», obligándolo a irse fuera de la corte. Sin
embargo, esto no afecto el espíritu del fraile en su escritura de comedias,
pues como él mismo llega a declarar escribió cerca de cuatrocientas, aunque
solo nos han llegado cerca de unas sesenta.
El Burlador de Sevilla es uno de sus teatros más conocido, al ser una
de las obras claves en cuando a la instauración de uno de los arquetipos más
famosos de la literatura, el Don Juan. En esta obra, vemos como el burlesco y
carismático Don Juan Tenorio constantemente coquetea con varias mujeres y les
falta el respeto tanto a ellas como a los hombres (padres y parejas) que las
rodean, con su forma libertina y arriesgada de vivir. Es egocéntrico y se burla
a su manera, incluso, de Dios, pues confía plenamente en su misericordia, pero
quiere aplazar lo más posible su conversión y el perdón de sus pecados, para
poder seguir cometiéndolos, de allí su célebre frase “tan largo me lo fiais”
El
Arquetipo del Don Juan
Según
C. Jung para poder entender qué es un arquetipo, debemos remitirnos a lo que se
conoce como el inconsciente colectivo
o imaginario colectivo, que es el museo de todas las imágenes posibles dentro
del potencial del imaginario. Durand denominaba a este potencial como “las
estructuras antropológicas del imaginario”, que nacían en sí de tres reflejos
dominantes del ser humano (posicional, nutricional y sexual). Y aunque en el
presente ensayo esto no es algo que nos atañe, quisiera regresarme a hablar un
poco sobre la teoría de Durand del imaginario, y decir qué es lo que el francés
decía que era un arquetipo.
Para Gilbert Durand, la imagen es
una representación mental del mundo sensible e inteligible, las cuales
dividimos en sensibles y simbólicas. Las primeras son la representación mental
que re-produce y re-presenta lo que nuestros órganos sensitivos captan del
mundo exterior, porque nunca nos apoderamos del objeto real en nuestro
imaginario. Esta capacidad, nos permite trans-formar y de-formar la imagen,
para dotarla de una re-significación, al mezclarla con otros significados o
experiencias y relaciones que tengamos ya en nuestra mente y es lo que
podríamos llamar “imagen simbólica”.
La imagen simbólica nos lleva a
reflexionar sobre la dimensión mecánica del símbolo: del esquema, el arquetipo
y la imagen arquetipo. Haré énfasis, únicamente en el concepto de este último
que es el que necesito para el presente trabajo.
Tanto
para Jung como Durand, como Platón ya lo decía, el arquetipo es un modelo
eterno y perfecto del mundo sensible. Para Jung, el inconsciente de cada uno de
nosotros tiene su primer referente, su modelo básico, en un inconsciente colectivo, hereditario,
común y constitutivo de la naturaleza humana. Es por esto, que los arquetipos
–que se repiten en los mitos, cuento, leyendas, religiones, sueños y patologías
de la mente- son manifestaciones de este inconsciente colectivo. Durand diría “… el arquetipo es una forma dinámica, una
estructura organizadora de las imágenes, pero que desborda siempre las
concreciones individuales, geográficas, regionales y sociales de la formación
de las imágenes” y las desborda precisamente gracias a su carácter
colectivo e innato.
Hay críticos que creen que el Don
Juan es una figura auténticamente española, sin embargo podemos encontrar
arquetipos de Don Juan en el mundo árabe, con Imru al-Qays y desde que se hizo
popular, en todas partes del mundo. Al ser una figura arquetípica, como se
mencionó anteriormente, podemos decir que se reproduce por todo el mundo, al
ser parte de un inherente humano, que es lo que provoca esta conexión con sus
lectores, el reconocerlo con esa viveza y que pasé a la historia como un “canon”.
El personaje de Don Juan actúa como
un engañador muy diestro que utiliza toda clase de tretas para burlarse de
todos: hombres y mujeres, como mencioné, manteniéndose como un nómada por su
condición, pues su mala fama le obliga a ir moviéndose de un lado a otro. Se le
compara con el diablo por su simbolismo de tentación y su fascinación por la
noche, que es en donde el personaje mejor se mueve.
Es un hombre que se ensaña contra el
mundo social, es orgulloso, hipócrita, soberbio, temerario, abusivo y con el poder
de la riqueza que le da su nombre. Sin embargo, quizás pecando de inocente, no
podría considerar a Don Juan como un ser maligno, pues lo vemos varias veces
realizando algunos actos piadosos, como lo es el ayudar a su sirviente o intentar
cumplir con su palabra de ‘honor’, cuando uno podría llegar a preguntarse por
qué habría de cuidar su palabra,
siendo que mancilla una y otra y otra vez su honor y el de las mujeres con las
que se involucra. Esta “humanidad” en el Don Juan es la que lo hacen ser un arquetipo.
Cuántos no hemos conocido a gente como Don Juan, o leído en diversos libros de
literatura personajes que perpetuasen este tipo de persona, juguetona e
indolente ante las demás personas, caprichosas y egocéntricas, que si bien no
desean el mal ajeno ni son negativas en sí, causan daño en su inmadurez e
incapacidad de amoldarse a las normas sociales de su entorno.
El Don Juan es más que simplemente
aquel joven de alcurnia mujeriego, sino que es este joven anti-sociedad,
juguetón e indolente, que cree que con su carisma incluso podrá salvarse del
castigo divino, que en la obra de Tirso de Molina, le llega de una manera
sobrenatural, por manos del hombre que el propio protagonista asesinó.
Esto dota al Don Juan de un carácter
trágico, pues su exacerbado egocentrismo de nada le sirve. Es un ciego y sordo,
a señales, consejos o avisos que le realicen personas aledañas a él que podrían
preocuparse por su bienestar, como lo es en la obra el caso del tío del
Burlador o Catalinón. Pero el ego del arquetipo de Don Juan no le permite oír a
otros, siempre burlón y seguro de sí mismo y su buena fortuna, pensando que
Dios o la vida, siempre va a fiarle o darle buena fortuna, y que cuando ya esté
viejo –quizás-, es cuando frenará y pedirá perdón, con una inconsciencia y
falta de convicción latente. Posiblemente, esto es lo que Tirso quiso
representar al darle aquel final, para dar una llamada de urgencia a un
replanteamiento moral de todos aquellos “Don Juanes”.
Pero como bien dicen Durand y Jung,
un arquetipo no nace únicamente porque una obra esté bien escrita o le guste
mucho al público, sino que estos sobresalen y se consolidan, gracias a
repeticiones u obras, pero son una parte ya de la sociedad en sí, algo que
siempre ha estado ahí latente, esperando salir a la luz. No es coincidencia que
el Quijote, Madam Bovary, la Celestina o Lolita se hayan convertido en
arquetipos literarios. Los personajes arquetípicos son aquellos con los que el
público puede fácilmente identificarse o reconocer al pertenecer a su realidad.
RECURSOS:
DURAND, G. (2003) De la mitocrítica al mitoanálisis, figura míticas y aspectos de la
obra. Madrid; Siglo XXI
GUTIÉRREZ, Fátima (2012) Mitocrítica: naturaleza, función, teoría y práctica. España:
Milenio.
KARSIAN, Gayané. El
arquetipo de Don Juan y el teatro del 98: los Machado, Valle-Inclán y Unamuno. Universidad
Estatal Lomonosov de Moscú. Disponible desde:
http://hispanismo.cervantes.es/documentos/karsian.pdf
MOLINA, Tirso de (2005) El vergonzoso en palacio. El
condenado por desconfiado. El burlador de Sevilla. La prudencia en la mujer;
prólogo Juana de Ontañón. México, D.F: Porrúa.
RHODES, Elizabeth
(Mar., 2002). Gender and the Monstrous in "El burlador de Sevilla".
Hispanic Issue, Vol. 117, No. 2, pp. 267-285. Disponible desde: http://www.jstor.org/stable/3251654
UGALDE C., Victoriano. (1990)
El burlador de Sevilla o la
dramatización barroca de Don Juan. McGill University. Centro Virtual Cervantes.
Disponible desde: http://cvc.cervantes.es/literatura/aiso/pdf/02/aiso_2_2_058.pdf
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