domingo, 23 de noviembre de 2014

Fray Gerundio de Campazas de Franciso de islas

José francisco de islas
José Francisco de Isla, conocido como el Padre Isla, nació el 24 de marzo de 1703 en Villavidantes. Tras romper un prematuro compromiso matrimonial, ingresó en la Compañía de Jesús a los dieciséis años donde pasó dos años de noviciado, tras lo cual marchó a estudiar filosofía y teología en la Universidad de Salamanca. En 1750 fue enviado a la casa de los padres profesos de Valladolid como predicador, y la reina Bárbara de Braganza intentó designarlo como confesor, pero el Padre Isla rechazó el cargo. Desde 1752 se le permitió su dedicación exclusiva al quehacer literario. 
Entre 1758 y 1759 perdió el favor de tres de sus principales protectores: el Papa Benedicto XIV, la Reina Bárbara de Braganza y el rey Fernando VI y supusieron el comienzo de un período de amargas tribulaciones, ya que a comienzos de 1758 comenzó en Portugal la persecución contra su orden. En 1760 el Padre Isla fue enviado a Galicia, donde se dedicó a dar misiones populares y los ejercicios de san Ignacio. El real decreto que durante los dos últimos años prohibía a cualquier jesuita publicar ningún libro, paralizó su actividad literaria, y finalmente los jesuitas fueron expulsados de España en 1767.

La reputación del P. Isla se debe mucho menos a su actividad como predicador y a sus labores pastorales que a sus escritos humorísticos y satíricos, del cual destaca la “Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas, alias Zotes” a la que el mismo denominó como un “Quijote de los predicadores”. Constituye una ingeniosa sátira en la que expone la completa decadencia a la que había llegado en España la predicación sagrada y, por extensión, de algunos de los males de cierta parte del clero de la época.

Historia del famoso predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes
La novela apareció en la segunda mitad del siglo XVIII.
Es una obra esencialmente crítica donde se pone en ridículo la moda de los oradores de la época que utilizan en el púlpito un lenguaje gongorino altisonante; es un ataque al barroquismo en sus últimas formas degeneradas. Fray Gerundio se distingue por su mal gusto y su audacia a la hora de emplear frases rebuscadas y sin ningún sentido.
Junto a la figura principal aparecen otros dos personajes clave para el desarrollo de la novela: fray Blas, el maestro de Gerundio, un hombre grotesco y exageradamente culterano y fray Prudencio, otro predicador amigo de fray Gerundio, hombre sabio y prudente que trata de encauzar la oratoria de éste.
Por otro lado la obra presenta una serie de tipos y costumbres populares, con toda clase de detalles y lujo de descripciones de todo tipo, tanto de gentes como de ciudades y casas con mobiliario incluido. Se puede considerar como una obra documental y costumbrista.

FRAGMENTOS
Parió, pues, la tía Catuja un niño como unas flores, y fue su padrino el licenciado Quijano de Perote, un capellán del mismo Campazas, que en otro tiempo había querido casarse con su madre, y se dejó por haberse hallado que eran parientes en grado prohibido. Empeñose el padrino en que se había de llamar Perote, en memoria o en alusión a su apellido; porque aunque no había este nombre en el calendario, tampoco había el de Laín, Nuño, Tristán, Tello ni Peranzules, y constaba que los habían tenido hombres de gran pro y de mucha cuenta. Esto decía el licenciado Quijano, alegando las historias de Castilla; pero como Antón Zotes no las había leído, no le hacían mucha fuerza, hasta que se le ofreció decirle que tampoco estaban en el calendario los nombres de Oliveros, Roldán, Florismarte, ni el de Turpín, y que esto no embargante no le había estorbado eso para ser arzobispo.
-Vaya que soy un asno -dijo entonces el tío Antón-, pues no tengo leído otra cosa.
Y es que era muy versado en la historia de los Doce Pares, la que sabía tan de memoria como la dedicatoria del gimnasiarca.
-Llámese Perote y no se hable más en la materia.
Pero el cura del lugar, que se hallaba presente, reparó en que Perote Zotes no sonaba bien, añadiendo, no sin alguna socarronería, que Zote era consonante de Perote, y que él había leído, no se acordaba dónde, que esto se debía evitar mucho cuando se hablaba en prosa.
(Capítulo IV)

-No gaste usted tanta, señor cura -replicó el padre del niño-, que tampoco suena bien Sancho Ravancho, Alberto Retuerto, Jeromo Palomo, Antonio Bolonio, y no vemos ni oímos otra cosa en nuestra tierra. Fuera de que eso se remedia fácilmente con llamar al niño Perote de Campazas, dándole por apellido el nombre de nuestro pueblo, como se usaba en lo antiguo con los hombres grandes, según nos informan las historias más verídicas; y así vemos hablar en ellas de Oliveros de Castilla, de Amadís de Gaula, de Artús de Algarbe y de Palmerín de Hircania, constándonos ciertamente que éstos no eran sus verdaderos apellidos, sino los nombres de las provincias o reinos donde nacieron aquellos grandes caballeros, que por haberlas honrado con sus hazañas, quisieron eternizar de esta manera la memoria de su patria en la posteridad. Y esto no solamente lo usaron los que fueron por las armas, sino también los que fueron por las letras y dejaron escritos algunos libros famosos, como El Piscator de Sarrabal, El Dios Momo, La Carantamaula, el Lazarillo de Tormes, La pícara Justina, y otros muchos que tengo leídos, cuyos autores, dejando el propio apellido, tomaron el de los lugares donde nacieron para ilustrarlos; y a mí me da el corazón que este niño ha de ser hombre de provecho, y así llámese ahora Perotico de Campazas, hasta que con la edad y con el tiempo le podamos llamar Perote a boca llena.
-No en mis días -dijo la tía Catanla-. Perote suena a cosa de perol, y no ha de andar por ahí el hijo de mis entrañas, como andan los peroles por la cocina.
-¡Punto en boca, señores! -exclamó Antón Zotes de repente-. Ahora me incurre un estupendísimo nombre, que enjamás se empuso a nengún nacido y se ha de impuner a mi chicote. Gerundio se ha de llamar, y no se ha de llamar de otra manera, aunque me lo pidiera de rodillas el Padre Santo de Roma. Lo primero y prencipal, porque Gerundio es nombre sengular, y eso busco para m'hijo. Lo segundo, porque m'acuerdo bien que, cuando estudiaba con los teatinos de Villagarcía, por un gerundio gané seis puntos para la banda, y es mi última y postrimera voluntad hacer enmortal en mi familia la memoria de esta hazaña.
(Capítulo IV)

A todo esto estaba muy atento el niño Gerundio, y no le quitaba ojo al religioso. Pero, como la conversación se iba alargando y era algo tarde, vínole el sueño y comenzó a llorar. Acostole su madre; y a la mañana, como se había quedado dormido con las especies que había oído al padre, luego que dispertó se puso de pies, y en camisa sobre la cama, y comenzó a predicar con mucha gracia el sermón que había oído por la noche, pero sin atar ni desatar, y repitiendo no más que aquellas palabras más fáciles que podía pronunciar su tiernecita lengua, como fuego,aguacampanassaquistántío Lázaro; y en lugar de Picinelo, Pagnino y Vatablo, decía pañuelopollino y buen nabo, porque aún no tenía fuerza para pronunciar la l. Antón Zotes y su mujer quedaron aturdidos. Diéronle mil besos, dispertaron al padre colegial, llamaron al cura, dijeron al niño que repitiese el sermón delante de ellos, y él lo hizo con tanto donaire y donosura, que el cura le dio un ochavo para avellanas, el fraile seis chochos, su madre un poco de turrón de Villada, que había traído de una romería; y, contando la buena de la Catanla la profecía del bendito lego (así le llamaba ella), todos convinieron en que aquel niño había de ser gran predicador, y que sin perder tiempo era menester ponerle a la escuela de Villaornate, donde había un maestro muy famoso.
(Capitulo IV)

Pero donde perdía todos los estribos de la paciencia y aun de la razón, era en la torpe, en la bárbara, en la escandalosa costumbre o corruptela de haber introducido la y griega, cuando servía de conjunción, en lugar de la i latina, que sobre ser más pulida y más pelada tenía más parentesco con el et de la misma lengua, de donde tomamos nosotros nuestra i. Fuera de que la y griega tiene una figura basta, rústica y grosera, pues se parece a la horquilla con que los labradores cargan los haces en el carro; y, aunque no fuera más que por esta gravísima razón, debía desterrarse de toda escritura culta y aseada.
  -Por esto -decía dicho etimologista- siempre que leo en algún autor y Pedroy Juany Diego, en lugar de i Diegoi Pedroi Juan, se me revuelven las tripas, se me conmueven de rabia las entrañas, i no me puedo contener sin decir entre dientes hi de pu... I al contrario, no me harto de echar mil bendiciones a aquellos celebérrimos autores que saben cuál es su i derecha, i entre otros a dos catedráticos de dos famosas universidades, ambos inmortal honor de nuestro siglo i envidia de los futuros, los cuales en sus dos importantísimos tratados de ortografía han trabajado con glorioso empeño en restituir la i latina al trono de sus antepasados; por lo cual digo i diré mil veces que son benditos entre todos los benditos.
 No le iba en zaga el otro autor que, despreciando la etimología y la derivación, pretendía que en las lenguas vivas se debía escribir como se hablaba, sin quitar ni añadir letra alguna que no se pronunciase. Era gusto ver cómo se encendía, cómo se irritaba, cómo se enfurecía contra la introducción de tantas hhnn,ss y otras letras impertinentes que no suenan en nuestra pronunciación.
(Capítulo V)

-Aquí de Dios y del Rey -decía el tal autor, que no parecía sino portugués en lo fanfarrón y en lo arrogante-; si pronunciamos ombreonraijo, sin aspiración ni alforjas, ¿a qué ton emos de pegar a estas palabras aquella h arrimadiza, que no es letra ni calabaza, sino un recuerdo, o un punto aspirativo? Y si se debe aspirar con la h siempre que se pone, ¿por qué nos reímos del andaluz cuando pronuncia jijojonrajombre? Una de dos: o él jabla bien, o nosotros escribimos mal. Pues ¿qué diré de las nnssrrpp y demás letras dobles que desperdiciamos lo más lastimosamente del mundo? Si suena lo mismo pasión con una s que con dos, inocente con una n que con dos, Filipo con una p que con dos, ut quid perditio haec? Que doblemos las letras en aquellas palabras en que se pronuncian con particular fortaleza, o en las cuales, si no se doblan, se puede confundir su significado con otro, como en perro para distinguirle de pero, enparro para diferenciarle de paro, y en cerro para que no se equivoque con cero, vaya; pero en buro, que ya se sabe lo que es y no puede equivocarse con otro algún significado, ¿para qué emos de gastar una r más, que después puede acernos falta para mil cosas? ¿Es esto más que gastar tinta, papel y tiempo contra todas las reglas de la buena economía? No digo nada de la prodigalidad con que malbaratamos un prodigioso caudal de uu, que para nada nos sirven a nosotros, y con las cuales se podían remediar muchísimas pobres naciones que no tienen una u que llegar a la boca. Verbigracia: en qué, en por qué, en para qué, enquieroet reliquia. ¿No me dirán ustedes qué falta nos ace la u, puesto que no se pronuncia? ¿Estaría peor escrito qieropor para , etcétera? Añado que, como la misma q lleva envuelta en su misma pronunciación la u, podíamos aorrar muchísimo caudal de uu para una urgencia, aun en aquellas voces en que claramente suena esta letra; porque, ¿ inconveniente tendría qe escribiésemos qernoqandoqales, para pronunciar quernoquandoquales? Aún hay más en la materia: puesto que la k tiene la misma fuerza que la q, todas las veces que la u no se declara, distingamos de tiempos y concordaremos derechos; quiero decir, desterremos la q de todas aquellas palabras en que no se pronuncia la u, y valgámonos de la k, pues aunque así se parecerá la escritura a los kiries de la misa, no perderá nada por eso. Vaya un verbigracia de toda esta ortografía:
»El ombre ke kiera escribir coretamente, uya qanto pudiere de escribir akellas letras ke no se egspresan en la pronunciación; porke es desonra de la pluma, ke debe ser buena ija de la lengua, no aprender lo ke la enseña su madre, etc. Cuéntense las uu que se aorran en sólo este período, y por aquí se sacará las que se podían aorrar al cabo del año en libros, instrumentos y cartas; y luego extrañarán que se haya encarecido el papel.
(Capítulo V)

Javiera Victoria Navarro Romero

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