José
Francisco de Isla, conocido como el Padre Isla, nació el 24 de marzo de 1703 en
Villavidantes.
Tras
romper un prematuro compromiso matrimonial, ingresó en la Compañía de Jesús a
los dieciséis años donde pasó dos años de noviciado, tras lo cual marchó a
estudiar filosofía y teología en la Universidad de Salamanca. En 1750 fue
enviado a la casa de los padres profesos de Valladolid como predicador, y la
reina Bárbara de Braganza intentó designarlo como confesor, pero el Padre Isla
rechazó el cargo. Desde 1752 se le permitió su dedicación exclusiva al quehacer
literario.
Entre
1758 y 1759 perdió el favor de tres de sus principales protectores: el Papa
Benedicto XIV, la Reina Bárbara de Braganza y el rey Fernando VI y supusieron
el comienzo de un período de amargas tribulaciones, ya que a comienzos de 1758
comenzó en Portugal la persecución contra su orden. En 1760 el Padre Isla fue
enviado a Galicia, donde se dedicó a dar misiones populares y los ejercicios de
san Ignacio. El real decreto que durante los dos últimos años prohibía a
cualquier jesuita publicar ningún libro, paralizó su actividad literaria, y
finalmente los jesuitas fueron expulsados de España en 1767.
La
reputación
del P. Isla se debe mucho menos a su actividad como predicador y a sus labores
pastorales que a sus escritos humorísticos y satíricos, del cual destaca la
“Historia del famoso predicador Fray Gerundio de Campazas,
alias Zotes” a la que el mismo denominó como un “Quijote de los predicadores”.
Constituye una ingeniosa sátira en la que expone la completa decadencia a la
que había llegado en España la predicación sagrada y, por extensión, de algunos
de los males de cierta parte del clero de la época.
Historia del famoso
predicador fray Gerundio de Campazas, alias Zotes
La
novela apareció en la segunda mitad del siglo XVIII.
Es
una
obra esencialmente crítica donde se pone en ridículo la moda de los oradores de
la época que utilizan en el púlpito un lenguaje gongorino altisonante; es un
ataque al barroquismo en sus últimas formas degeneradas. Fray
Gerundio
se distingue por su mal gusto y su audacia a la hora de emplear frases
rebuscadas y sin ningún sentido.
Junto
a
la figura principal aparecen otros dos personajes clave para el desarrollo de
la novela: fray Blas, el maestro de Gerundio, un hombre grotesco y
exageradamente culterano y fray Prudencio, otro predicador amigo de fray
Gerundio, hombre sabio y prudente que trata de encauzar la oratoria de éste.
Por
otro lado la obra presenta una serie de tipos y costumbres populares, con toda
clase de detalles y lujo de descripciones de todo tipo, tanto de gentes como de
ciudades y casas con mobiliario incluido. Se puede considerar como una obra
documental y costumbrista.
FRAGMENTOS
Parió, pues, la tía Catuja
un niño como unas flores, y fue su padrino el licenciado Quijano de Perote, un
capellán del mismo Campazas,
que en otro tiempo había querido casarse con su madre, y se dejó por haberse
hallado que eran parientes en grado prohibido. Empeñose
el padrino en que se había de llamar Perote, en memoria o en alusión a su
apellido; porque aunque no había este nombre en el calendario, tampoco había el
de Laín, Nuño, Tristán, Tello ni Peranzules, y
constaba que los habían tenido hombres de gran pro y de mucha cuenta. Esto
decía el licenciado Quijano, alegando las historias de Castilla; pero como
Antón Zotes no las había leído, no le hacían mucha fuerza, hasta que se le
ofreció decirle que tampoco estaban en el calendario los nombres de Oliveros,
Roldán, Florismarte,
ni el de Turpín, y que esto no embargante no le había
estorbado eso para ser arzobispo.
-Vaya que soy un asno -dijo entonces el
tío Antón-, pues no tengo leído otra cosa.
Y es que era muy versado en la historia
de los Doce Pares, la que sabía tan de memoria como la dedicatoria del gimnasiarca.
-Llámese Perote y no se hable más en la
materia.
Pero el cura del lugar, que se hallaba
presente, reparó en que Perote Zotes no sonaba bien, añadiendo, no sin alguna
socarronería, que Zote era consonante de Perote, y que él había leído, no se
acordaba dónde, que esto se debía evitar mucho cuando se hablaba en prosa.
(Capítulo IV)
-No gaste usted tanta, señor cura -replicó
el padre del niño-, que tampoco suena bien Sancho Ravancho,
Alberto Retuerto, Jeromo Palomo, Antonio Bolonio, y no vemos ni
oímos otra cosa en nuestra tierra. Fuera de que eso se remedia fácilmente con
llamar al niño Perote de Campazas,
dándole por apellido el nombre de nuestro pueblo, como se usaba en lo antiguo
con los hombres grandes, según nos informan las historias más verídicas; y así
vemos hablar en ellas de Oliveros de Castilla, de Amadís
de Gaula, de Artús de Algarbe y de Palmerín
de Hircania,
constándonos ciertamente que éstos no eran sus verdaderos apellidos, sino los
nombres de las provincias o reinos donde nacieron aquellos grandes caballeros,
que por haberlas honrado con sus hazañas, quisieron eternizar de esta manera la
memoria de su patria en la posteridad. Y esto no solamente lo usaron los que
fueron por las armas, sino también los que fueron por las letras y dejaron
escritos algunos libros famosos, como El Piscator de Sarrabal,
El Dios Momo, La Carantamaula, el Lazarillo de Tormes, La pícara Justina, y
otros muchos que tengo leídos, cuyos autores, dejando el propio apellido,
tomaron el de los lugares donde nacieron para ilustrarlos; y a mí me da el
corazón que este niño ha de ser hombre de provecho, y así llámese ahora
Perotico de Campazas,
hasta que con la edad y con el tiempo le podamos llamar Perote a boca llena.
-No en mis días -dijo la tía Catanla-.
Perote suena a cosa de perol, y no ha de andar por ahí el hijo de mis entrañas,
como andan los peroles por la cocina.
-¡Punto en boca, señores! -exclamó Antón
Zotes de repente-. Ahora me incurre un estupendísimo nombre, que enjamás
se empuso a nengún nacido y se ha de impuner
a mi chicote. Gerundio se ha de llamar, y no se ha de llamar de otra manera,
aunque me lo pidiera de rodillas el Padre Santo de Roma. Lo primero y prencipal,
porque Gerundio es nombre sengular, y
eso busco para m'hijo. Lo segundo, porque m'acuerdo
bien que, cuando estudiaba con los teatinos de Villagarcía,
por un gerundio gané seis puntos para la banda, y es mi última y postrimera
voluntad hacer enmortal en
mi familia la memoria de esta hazaña.
(Capítulo IV)
A
todo esto estaba muy atento el niño Gerundio, y no le quitaba ojo al religioso.
Pero, como la conversación se iba alargando y era algo tarde, vínole
el sueño y comenzó a llorar. Acostole su
madre; y a la mañana, como se había quedado dormido con las especies que había
oído al padre, luego que dispertó se
puso de pies, y en camisa sobre la cama, y comenzó a predicar con mucha gracia
el sermón que había oído por la noche, pero sin atar ni desatar, y repitiendo
no más que aquellas palabras más fáciles que podía pronunciar su tiernecita
lengua, como fuego,agua, campanas, saquistán, tío Lázaro; y
en lugar de Picinelo, Pagnino
y Vatablo,
decía pañuelo, pollino y buen nabo,
porque aún no tenía fuerza para pronunciar la l. Antón Zotes y su mujer quedaron
aturdidos. Diéronle
mil besos, dispertaron al
padre colegial, llamaron al cura, dijeron al niño que repitiese el sermón
delante de ellos, y él lo hizo con tanto donaire y donosura, que el cura le dio
un ochavo para avellanas, el fraile seis chochos, su madre un poco de turrón de
Villada, que había traído de una romería; y, contando la buena de la Catanla
la profecía del bendito lego (así le llamaba ella), todos convinieron en que
aquel niño había de ser gran predicador, y que sin perder tiempo era menester
ponerle a la escuela de Villaornate,
donde había un maestro muy famoso.
(Capitulo
IV)
Pero donde perdía todos los estribos de la
paciencia y aun de la razón, era en la torpe, en la bárbara, en la escandalosa
costumbre o corruptela de haber introducido la y griega, cuando servía de
conjunción, en lugar de la i latina,
que sobre ser más pulida y más pelada tenía más parentesco con el et de la misma lengua, de donde
tomamos nosotros nuestra i.
Fuera de que la y griega
tiene una figura basta, rústica y grosera, pues se parece a la horquilla con
que los labradores cargan los haces en el carro; y, aunque no fuera más que por
esta gravísima razón, debía desterrarse de toda escritura culta y aseada.
-Por
esto -decía dicho etimologista- siempre que leo en algún autor y Pedro, y Juan, y
Diego, en lugar de i Diego, i Pedro, i Juan, se me revuelven las tripas, se me
conmueven de rabia las entrañas, i no
me puedo contener sin decir entre dientes hi
de pu...
I al
contrario, no me harto de echar mil bendiciones a aquellos celebérrimos autores
que saben cuál es su i derecha, i entre otros a dos catedráticos de
dos famosas universidades, ambos inmortal honor de nuestro siglo i envidia de los futuros, los cuales
en sus dos importantísimos tratados de ortografía han trabajado con glorioso
empeño en restituir la i latina
al trono de sus antepasados; por lo cual digo i diré mil veces que son benditos
entre todos los benditos.
No le iba en zaga el otro autor
que, despreciando la etimología y la derivación, pretendía que en las lenguas
vivas se debía escribir como se hablaba, sin quitar ni añadir letra alguna que
no se pronunciase. Era gusto ver cómo se encendía, cómo se irritaba, cómo se
enfurecía contra la introducción de tantas hh, nn,ss y otras letras impertinentes que no suenan
en nuestra pronunciación.
(Capítulo V)
-Aquí
de Dios y del Rey -decía el tal autor, que no parecía sino portugués en lo
fanfarrón y en lo arrogante-; si pronunciamos ombre, onra, ijo, sin aspiración ni alforjas, ¿a qué
ton emos de
pegar a estas palabras aquella h arrimadiza,
que no es letra ni calabaza, sino un recuerdo, o un punto aspirativo?
Y si se debe aspirar con la h siempre
que se pone, ¿por qué nos reímos del andaluz cuando pronuncia jijo, jonra, jombre? Una de dos: o él jabla bien, o nosotros escribimos mal.
Pues ¿qué diré de las nn, ss, rr, pp y demás letras dobles que
desperdiciamos lo más lastimosamente del mundo? Si suena lo mismo pasión con una s que con dos, inocente con
una n que
con dos, Filipo con una p que
con dos, ut quid perditio
haec? Que doblemos las letras en aquellas
palabras en que se pronuncian con particular fortaleza, o en las cuales, si no
se doblan, se puede confundir su significado con otro, como en perro para distinguirle de pero, enparro para
diferenciarle de paro,
y en cerro para
que no se equivoque con cero,
vaya; pero en buro,
que ya se sabe lo que es y no puede equivocarse con otro algún significado,
¿para qué emos de
gastar una r más,
que después puede acernos falta
para mil cosas? ¿Es esto más que gastar tinta, papel y tiempo contra todas las
reglas de la buena economía? No digo nada de la prodigalidad con que
malbaratamos un prodigioso caudal de uu,
que para nada nos sirven a nosotros, y con las cuales se podían remediar
muchísimas pobres naciones que no tienen una u que llegar a la boca. Verbigracia:
en qué,
en por qué,
en para qué,
enquiero, et
reliquia. ¿No me dirán ustedes qué falta
nos ace la u, puesto que no se pronuncia? ¿Estaría
peor escrito qiero, qé, por
qé, para
qé, etcétera? Añado que, como la
misma q lleva
envuelta en su misma pronunciación la u,
podíamos aorrar muchísimo
caudal de uu para
una urgencia, aun en aquellas voces en que claramente suena esta letra; porque,
¿qé inconveniente tendría qe escribiésemos qerno, qando, qales, para pronunciar querno, quando, quales? Aún hay más en la materia: puesto que
la k tiene
la misma fuerza que la q,
todas las veces que la u no
se declara, distingamos de tiempos y concordaremos derechos; quiero decir,
desterremos la q de
todas aquellas palabras en que no se pronuncia la u, y valgámonos de la k, pues aunque así se parecerá la
escritura a los kiries de
la misa, no perderá nada por eso. Vaya un verbigracia de toda esta ortografía:
. »El ombre ke
kiera escribir coretamente,
uya qanto pudiere de escribir akellas
letras ke
no se egspresan en la pronunciación; porke es desonra
de la pluma, ke
debe ser buena ija
de la lengua, no aprender lo ke
la enseña su madre, etc. Cuéntense las uu que se aorran en sólo este período, y por aquí se
sacará las que se podían aorrar al
cabo del año en libros, instrumentos y cartas; y luego extrañarán que se haya
encarecido el papel.
(Capítulo
V)
Javiera Victoria Navarro Romero
Javiera Victoria Navarro Romero
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