Tomás de Iriarte nació el 18 de septiembre de 1750 en el Puerto de la Cruz, en la isla de Tenerife.
Sus padres fueron Bernardo de Iriarte y Bárbara de las Nieves Hernández de Oropesa, y le dieron diecisiete hermanos.
Se trasladó a Madrid a los 14 años junto con su tío Juan de Iriarte.
Sucedió a su tío en su puesto de oficial traductor de la primera Secretaría de Estado, tras la muerte de éste, en 1771.
Fue uno de los más asiduos a la tertulia de la fonda de San Sebastián, amigo de Nicolás Fernández de Moratín y, sobre todo, de José Cadalso. Con este último mantuvo una larga correspondencia.
Murió de gota en Madrid, el 17 de septiembre de 1791.
Acerca de la obra
Fábulas
literarias (1782), editadas como la «primera colección de fábulas enteramente originales» en cuyo prólogo reivindica ser el primer español en introducir el
género, lo cual motivó una larga contienda con el que había sido amigo desde
largo tiempo, Félix María Samaniego, ya que éste último había publicado su
colección de fábulas en 1781, hecho de sobra conocido por Iriarte.
Fabulas Literarias, consideradas de
mayor calidad poética que las de Félix María Samaniego y donde abunda un
elemento muy raro en este tipo de composiciones, la originalidad, también en
los aspectos formales, ya que ensaya gran número de estrofas y versos que se
adaptan curiosamente a los temas tratados en ellas, haciendo alarde de un gran
dominio de la versificación.
Una de sus fábulas
El gato, el lagarto y el grillo.
Ello es que hay animales muy científicos
en curarse con varios específicos,
y en conservar su construcción
orgánica,
como hábiles que son en la botánica;
pues conocen las hierbas diuréticas,
febrífugas, estípticas, prolíficas,
cefálicas también y sudoríficas.
En esto era gran práctico y teórico
un gato, pedantísimo retórico,
que hablaba en un estilo tan enfático
como el más estirado catedrático.
Yendo a caza de plantas salutíferas,
dijo a un lagarto: «¡Qué ansias tan
mortíferas!
Quiero, por mis turgencias
semihidrópicas,
chupar el zumo de hojas
heliotrópicas...»
Atónito el lagarto con lo exótico,
de todo aquel preámbulo
estrambótico,
no entendió más la frase macarrónica
que si le hablasen lengua babilónica.
Pero notó que el charlatán ridículo,
de hojas de girasol llenó el ventrículo;
y le dijo: «Ya, en fin, señor hidrópico,
he entendido lo que es zumo
heliotrópico...»
¡Y no es bueno que un grillo, oyendo
el diálogo,
aunque se fue en ayunas del catálogo
de términos tan raros y magníficos,
hizo del gato elogios honoríficos!
Sí; que hay quien tiene la hinchazón por
mérito,
y el hablar liso y llano por demérito.
Mas ya que esos amantes de
hiperbólicas
cláusulas, y metáforas diabólicas,
de retumbantes voces el depósito
apuran, aunque salga un despropósito,
caiga sobre su estilo problemático
este apólogo esdrújulo-enigmático.
Por más ridículo que sea el estilo retumbante, siempre habrá necios que le aplaudan, sólo por la razón de que se quedan sin entenderle.
Por Braulio Alejandro Torres Ruiz
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